9.11.14

FILAS Y COLUMNAS

Me recibe el olor inconfundible. Las plataformas se hunden en el charco de agua. Gamuza, una idea brillante. La higiene dudosa contrasta con la elegancia de las mesas enmanteladas, con núcleos florales y metálicos rodeados de loza estampada.

Vine temprano y esto no era así. El cuadro fue componiéndose o descomponiéndose a lo largo de la noche, con cada papel húmedo colocado en el piso. Lo determinante es el elemento humano: antes; tenso, perfumado, tirante y maquillado; ahora, despreocupado. Esto es un descanso, un receso, un parate. Rompen fila.

Soy la última. La otra deja de ser la última. Algunas están con el teléfono. Miran el techo y suspiran. Una señora con flequillo delineado a rulero se desabrocha el pantalón de gaza y se tira contra la pared que logra sostenerla. Veo a la cuñada. Fuma quemando el filtro, toda encorvada. Atrás de ella, una chica se arregla la pintura con un espejito. Su esfuerzo fracasa.

Dejo de ser la última ¿Qué hacen ahí adentro? Intento cronometrar los movimientos para establecer un promedio. Saber si la demora es real o deliberada, como una cadena vengativa que en algún momento, horas, días, semanas tal vez, volverá contra su perpetradora.

La cuenta es regresiva. Golpes a la puerta y la queja generalizada. Mantener la compostura es incompatible en la lucha por satisfacer una necesidad básica. Habito en este momento, el revés de la costura. 3, 2, 1.
Paso despacio por la fila que antes formaba. Es tan rápido que parece que nunca sucedió. Las miro desentendiéndome de sus caras. Son una imagen tan lejana. Salto el charco y salgo rápido, de vuelta a mi lugar. La fila de los hombres no existe.

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