9.8.15

TALLER

Para mí no hay nada más triste que una persona leyendo su cuento malo. Imagino en cada coma las observaciones que van a sobrevenir luego del punto final. Es como le pasa a algunos cuando ven un negocio de clase media quebrar. El mal cuento y todo lo criticable, casi siempre por personas que.
La claridad no es expresiva. La perfección no es expresiva. O lo son, pero es como pintar con dos colores. Puede ser.
Cuando a mí me lo dicen, no pasa nada. No es nada personal, no conoce el conjunto de mis escritos, no me gusta su gusto - y por lo tanto es un halago -, no se tomó el esfuerzo, no es nada personal. Cuando lo veo en otro me duele. Cuando le dicen que se le va muy corto o muy largo pero que la extensión no tiene nada que ver con la calidad. O cuando le dicen que está perfecto, solo que saque esa cosa, esa que es todo lo que quería decir.
Hoy Ignacio lee el fragmento con las correcciones de la otra vez, una segunda rompida de corazón porque ahora - de nuevo - no le gustó a nadie y no hay mayores arreglos que sugerir.
Como el otro hombre del que nunca recuerdo el nombre. Hoy llegó tarde y se lo ve apesadumbrado por eso, algo que en realidad no le importa a nadie. No hace comentarios - no, cotilleos es lo que él hace - con el profesor propios de haber venido por mucho tiempo, de anticiparse a las frases. 

Sus recortes cuentan historias que ya fueron contadas, es decir, un lenguaje que ya no se usa. Siento pena. Siento que, aunque no lo diga, él espera escribir una novela aclamada, entonces toda su vida mediocre, marcada por el ejercicio de una carrera universitaria heredada, va a estar salvada; redimida y entregada a un destino que no podía ser negado, oracular, obvio. Solo algunos tienen suerte.
No me da pudor decir que lo que más cuestionable de su posibilidad es la edad. Tan grande. Puede que una persona de veinte no mejore nunca pero tiene la potencialidad, real o imaginaria. Como el cuento de Ignacio antes de las correcciones.
Lo miro y pienso en una ventiañera que toma sol, se pone de espaldas, pasa un productor y la contrata para su show millonario ¿Quién es alguien para decirle que no a alguien?
Cuando tengo la plena certeza de que estoy escribiendo para nadie me recuerdo que es una necesidad, que lo hago para mí y no hay que hacerse expectativas. Pero las expectativas ya están hechas. No las alimento pero ya están hechas. En algún lugar adentro, son las que mueven todo el engranaje, incluso el que hace que no me las haga. Como una empresa que paga su daño ayudando al planeta pero no mejorando o suprimiendo su producto prescindible.
Aunque yo me esfuerce en el gimnasio del rechazo, entendiendo que es una parte fundamental en todo esto, acá es donde fallo. No es empatía: soy esa persona. Se siente como una persona reconocida en el extranjero que el fondo siempre anhela la aprobación de unos padres estrictos y locos. Si las personas pueden sentir una mano que ya no tienen ¿pueden hacerse una amputación sicológica? Tengo que seguir practicando.


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