7.8.16

HALLAZGO

Me duelen cuando muevo el brazo. 

Cada vez que sucede, miro abajo del codo, que es justamente donde siento las puntadas. Que palabra bien hecha. Puntada. Yo sentía tres puntadas.

Cuando muevo el brazo. Esto significa cuando abrazo, cuando bebo y cuando me acerco un cigarrillo a la boca. Por poner algún ejemplo.

Las puntadas no merecieron más que una diminuta atención de mi parte. Recuerdo haber pensado, ayer no las sentía y tengo que a-notarlo. 15 de junio, hoy empezaron las puntadas. Pero me pareció que era entronarlas demasiado. Más que nada por el verbo. "Empezaron" abría su continuación en el tiempo en vez de pensarlas con un"sentí" "tuve" "hubo" o cualquier cosa terminada. Esas que a una le explican, acción que empieza y termina en el pasado ¿Conjugarlas así es lo que las hizo durar o no, esto iba a suceder de cualquier forma?

Imposible de saber para mí, en ese momento y ahora tampoco. Resolví anotarlo porque la cosa con las cosas así es que parecen que estuvieran de toda la vida. Después me olvidé. Por suerte mi marcada intención de registrarlas sirvió para lo importante: no sé cuándo, pero hubo un tiempo sin puntadas (a.P.) y otro con puntadas (d.P.). Porque a veces las llevo para todos lados, al recuerdo de un recreo donde su imposibilidad es obvia y a otros más confusos, para los que su imposibilidad es más negociable.

Me pongo los lentes negros y agarro el volante negro. El sol es de nueve de la mañana. No hay mucha gente en la calle. No hay casi nadie en la calle. Voy tranquila y mis hombros ejecutan una forma de suspiro. Estático todo. Miro como una mujer tira agua en su vereda. Parece una foto. Debe ser el filtro. Doblo en una esquina, siento las puntadas y las miro con una familiaridad que se transforma en sorpresa ¡Ahí están! ¡Están de verdad!, ya no las siento sino que las veo. Freno el auto mal frenado con la luz del sol en la tierra. Sé que no hay nadie en la calle.

Me reviso el brazo con tristeza. Una parte de mí esperaba que siguiera así para siempre, que no ocurriera otro cambio.
Son tres marcas.



Con cascarita. No tienen mucho sentido, las descabelladas. Alguien se para atrás mío, prende y apaga las luces. Pongo la marcha rápido. No voy al trabajo. Me paro en el Hotel de la puerta giratoria. Digo, me voy a tomar un café pero al final doy la vuelta a la puerta y salgo otra vez a la calle amarilla y vacía. Subo mecánicamente al auto y miro las marcas de reojo mientras desando el camino a casa. Me acuesto en la cama y me tapo hasta la cabeza.

Despierto con dolor de cabeza, por haber dormido tanto. Sé que durante algunos segundos me olvidé. Sé que, por cinco segundos, no supe nada de mi ínfima desgracia. Después me acordé. Ahí estaban. Iguales.



El teléfono reclama mi presencia en el trabajo con mensajes alarmistas. Que bien que se miente cuando es necesario. 

En el descanso de la oficina, aprovecho para llamar al médico. Turno para la próxima semana. No tiene antes,-No.

Hoy jueves sentí las puntadas aunque ya no las miro. Por desgracia, también sentí algo más. Un airecito. Los bordes sellados con cascaritas se están abriendo un poco y de uno de ellos sale algo de pus. Me encierro en el baño con mi cartera-valija. Revuelvo las cosas porque sé que en algún lugar había curitas, que tengo para las sandalias que me hacen doler, que sigo usando, que me hacen dol

No tengo.

Lo que sí tengo es una pincita de depilar. Negro opaco, efectiva y de corte recto. Agarré la pinza con determinación y probé en la heridita más gritona. No duele. Sigo escarbando entonces, apretando intuitivamente los bordes para expulsar al intruso. Toco algo consistente. Lo saco y lo examino a la altura de mis ojos.

Era como una escama y una lentejuela a la vez, ridículamente tornasolada. Lo más preciso que se me ocurre es pensar en mica, en el río cuando tenía 4 años y en las piedras llenas de mica que yo guardaba como oro y después tiraba con sentido desencanto, cuando me explicaron que era mugre.

Envalentonada, saco las otras dos y las miro sobre el lavatorio ¡Que bonitas! Tengo que evitar preguntas así que las corro como se corren las migas de una mesa, voy hasta el tacho y lo abro con su basura de baño. Las miro en la palma de mi mano con la luz del ventanal sacándoles un par de destellos, que bonitas vuelvo a pensar. Tuve el pensamiento contrario. Hay que tener oscuridad para brillar en la oscuridad. Las metí en el bolsillo chiquito de la cartera-valija que es el único que tiene cierre.

El día siguiente fue el día en el que las puntadas desaparecieron y fue el día que tampoco fue a-notado. Hice un collar con hilo encerado lila que tenía a los tres pedacitos de la materia encontrada como dijes. Horrible. Lo uso abajo de la camisa blanca de cuello époque y el suéter negro que combina con los lentes.

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