31.8.17

EL DESBALANCE QUE PRODUCE EL PESO DE UNA PLUMA (EN UN ALMOHADÓN SINTÉTICO)

1.

Un día encontraste una mujer hermosa y le pusiste una cadena en el cuello.


2.

Solían pasear los dos por la Adolfo E. Dávila porque ahí, pasando La Gabriela,
la habías visto.


Encontraste una hermosa mujer y le pusiste una cadena en el cuello.


3.

Un día la mujer dijo.
―No puede ser.

Sintió como si fuera una mano invisible la que agarraba. Una mano invisible y molesta.
―No puede ser.
Y lleno con strasses cada parte del acero haciendo que sus cadenas brillaran.

La mano que lleva la correa sintió el cambio de peso
¿hace cuánto caminaba así? cuánto tiempo más tendría que seguir esa dirección, decidir en realidad, una dirección que ya estaba decidida y pretender que era su orden, como un jefe obediente.

Que cansancio.


4.

Dejaste de apretar la cadena. Cuando la mujer se estiró a oler un naranjo, en flor, la cadena terminó por correr, correr suavemente, hasta que el último eslabón cayó de tus manos.


Se alejó de forma suave, como se mueve un cuerpo que no quiere despertar a otro con el que comparte cama. Siguió moviéndose de forma suave, muy diferente a la euforia victoriosa con la que había sellado la cadena y ella había saltado contra su pecho.
La mano que antes tenía la correa estaba transpirada, un poco más que la otra. Y latía un poco más que la otra. Única diferencia. 

Mirando al frente, dobló por la Santa Fe, rogando no oír tras de sí los pasitos de la mujer-perro.


Jess